Necesitamos ética
en la actividad política
Lic.
Luis Ma. Ruiz Pou
20/05/2012
“Todas
las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro”. Albert Camus

Cuando
se habla de un político exitoso, pensamos en el que conceptualiza un discurso
bonito, con parábolas, preñado de buenas intenciones, pero actúa sin ninguna
virtud en favor de la sociedad, violando los principios de la ética política.
La ética por medio de enunciados normativos, determina qué debe hacerse “mediante la formulación de principios generales y particulares, o mediante la elección de un procedimiento ecuánime y generalmente aceptado, capaz de permitir una decisión sobre cada acción éticamente relevante”.
Y
es que la ética en la actividad política, es la suma de las conductas y valores
que norma dicha actividad. Está claro que no puede existir un código de ética
si las personas que dirigen y accionan en
política, no lo observan.

La
intención de un político siempre es
importante en la vida, pero no es suficiente cuando este usa el poder como
forma de intercambio mercantil, tomando decisiones para favorecer sectores
poderosos y relacionados a su entorno personal, en la que las dos partes
resultan beneficiadas en detrimento de la población.
Indudablemente
que dos de los principales líderes ya desaparecido: Juan Bosch y José Francisco
Peña Gómez, como discípulos de Platón y Sócrates fueron los que más se
preocuparon por las raíces políticas de toda auténtica reflexión ética y las
implicaciones políticas de una elevada filosofía moral.
“Las
relaciones de la política con la moral siempre han sido complicadas y, en más
de un caso, incompatibles. Desde Maquiavelo a Weber, pasando por Pareto y el
propio Marx, la moral parecería ser un elemento desechable, subordinado a
intereses superiores, cuando no una peligrosa reivindicación de personajes
ascéticos y sombríos que pretenden organizar a la sociedad como si fuera un
convento”. (Rogelio
Alaniz, Moral y política, una relación compleja)

Ellos
están conscientes de que el hombre por naturaleza carece de necesidades que le
exige satisfacer, por lo que responden a diferentes hábitos que componen su
vida. Por su formación estomacal, le venden el alma a cualquier político
corrupto sin importarle las consecuencias futuras para su familia.
“Todo
puede, merece y debe discutirse, pero una sociedad permisiva o cómplice con
dirigentes ladrones, falsarios o corruptos no tiene destino, como tampoco lo
tiene una clase dirigente que en nombre del cinismo, la hipocresía o el
“relato” supone que todo le está permitido”. (Ibídem).
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