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viernes, 6 de noviembre de 2009

Pasiones peligrosas


Por: Leonte Brea
Listín Diario, 06/11/09

El continente emocional está estrechamente relacionado con lo político. En efecto, mientras los sentimientos se pueden instrumentalizar para controlar la conducta humana, el poder también puede implementarse para generar las emociones más convenientes a los objetivos políticos. Esto último no siempre se consigue, razón por la cual, en muchos casos, el empleo del poder tiende a producir, por urgencias políticas, por inconsciencia o por falta de pericia, efectos erosionantes al mismo poder que originó la acción.
 Los sentimientos de amor, de libertad, igualdad y justicia han sido manejados históricamente por muchos seductores para movilizar a importantes núcleos sociales hacia objetivos de poder. También se ha utilizado el miedo y el terror para paralizar la acción o conseguir la sumisión; los celos, para producir desconfianza; la adulación, para impulsar la vanidad; el deber, para incidir en la conciencia moral y restringir la acción. Y el odio, el resentimiento, la envidia y el rencor con el fin de estimular conductas agresivas, la descalificación social de ciertos actores y sentimientos de hostilidad hacia grupos considerados como enemigos.
 No abordaremos el papel de las emociones en su conjunto en los procesos de poder, ya que tal objetivo excedería el propósito de este trabajo. Restringimos, pues, nuestro análisis a tres aspectos del problema: 1) A aquellas situaciones generadoras de sentimientos y acciones agresivas odio, rencor, envidia, venganza, inquina, desprecio, tirria, animadversión y resentimientos; 2) A los procesos psicosociales relacionados con el surgimiento y la conformación de estos sentimientos; y 3) A las consecuencias políticas que pueden desatar.
 Estos sentimientos, generalmente, se sobreponen unos con otros, lo que hace difícil establecer las fronteras que pudieran separarlos. El caso de Yago, personaje de Otelo, una de las cuatro tragedias más importantes de Shakespeare, confirma nuestro punto de vista. Y es que estamos convencidos de que Yago no encarna esa maldad esencial, la que no tiene causa, que postula Pagés Larraya. Puede tener un carácter propicio al resentimiento, según la concepción teórica de Marañón. Eso no lo negamos, pero creemos que si Otelo no hubiese ascendido a Casio al puesto de teniente, desconociendo los meritos de Yago, probablemente no se hubiesen desencadenado tanta envidia, resentimiento, odio, rencor y sed de venganza en esa alma proclive a las más bajas pasiones. En fin, creemos que es difícil caracterizarlo, como lo han hecho muchos, por una sola de esas pasiones o sentimientos.
 Ninguna organización ni sus dirigentes están exentos de desencadenar tales pasiones. En realidad, el sólo hecho de pertenecer a una comunidad poderosa en competencia con otras y los beneficios que obtienen sus miembros por pertenecer a ella, tienden a provocar conductas agresivas en aquellos que se sienten discriminados de la distribución de tales beneficios. La lucha por el poder, su ostentación insensible, la parcialidad discrisminante, y hasta la exhibición deslumbrante del talento también provocan muchos sentimientos hostiles.
 En estos espacios, pues, cualquier humillación, injusticia u ofensa genera una acción agresiva directa de parte del ofendido cuando éste tiene la fuerza suficiente para contraatacar. Cuando no la tiene, o se percibe a si mismo impotente para enfrentarla, tiende, según Scheler, a posponer la acción como sentimiento de venganza para el momento en que siente que puede embestir a quien lo ofendió. Aspecto crucial para comprender su concepción del resentimiento, sobre todo si tomamos en cuenta que la venganza específica termina por diluirse en sed de venganza en general. Es decir, no a los que lo ofendieron, sino a toda una clase, a un país y hasta al género humano en su totalidad. Mira y López, por su parte, no se separa demasiado de Scheler en su explicación de la génesis del odio. Nos dice que éste surge cuando la agresividad del ofendido no se descarga suficientemente debido a su impotencia para alcanzar al ofensor. Pero también por temor a su réplica o a las sanciones morales o sociales que pudieran ocasionarle cualquier impulso agresivo.
 Como muchas de estas pasiones según Scheler, Mira y López tienden a almacenarse, a enconarse y llevan a la autointoxicación psíquica, los manejadores de poder deberán evitar, por lo menos, que se generalicen, se acentúen y encronicen en las personas que dirigen. Deben evitarlo con el fin de que éstas no estallen abruptamente en forma de catarsis colectivas y pongan en peligro la estabilidad organizacional, sus liderazgos y su institucionalidad. Sabemos que esto no puede lograrse fácilmente ni de manera absoluta, porque el ejercicio de poder conlleva la complacencia de algunos y el perjuicio de otros; porque el humano, tal como asegura Maquiavelo, se cansa de estar bien y no soporta estar mal, y porque la lucha política constituye un espacio generador de tensiones y conflictos permanentes.
 El reto que tienen por delante los gerentes organizacionales y los líderes políticos consiste en distinguir oportunamente las contradicciones secundarias de las primarias, y los amigos de los enemigos en escenarios donde la simulación se confunde con la más sublime autenticidad. Pero, sobre todo, y tal como plantea Maquiavelo, evitar no necesariamente el temor, pero sí las pasiones peligrosas de los dirigidos y seguidores en cualquier circunstancia.

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